Desde que éramos niñas, Martha y yo jugábamos al juego del “Yo
soy Tú”
Era tan solo un juego de niñas, pero le echábamos tantas
ganas que a veces funcionaba.
Nos tapábamos lo ojos con las manos durante unos minutos e
imaginábamos que éramos la otra.
Yo imaginaba que era Martha y Martha imaginaba que era yo. Contábamos hasta 100 y nos destapábamos los ojos. Y a veces resultaba que yo estaba en el cuerpo de Martha y Martha en el mío. Entonces y durante una semana yo jugaba a ser Martha, saludaba a sus padres, iba a la escuela con sus compañeros y dormía en su cama. Y Martha vivía en mi casa y les decía a todas mis amigas que era yo.
Pero lo mejor de todo era que todos los días también
jugábamos a tocarnos y a besarnos la una a la otra.
Conforme pasó el tiempo y nos hicimos mayores. Martha se
convirtió en una mujer bellísima, siempre iba rodeada de chicos y ya no quería
jugar al juego del “Yo soy Tú”.
Eso me hacía sufrir sobremanera. Echaba de menos estar en su
cuerpo, sentir su cabellera rubia en mi espalda y jugar con sus dedos con mi
viejo cuerpo.
Le pedí durante semanas, meses y hasta años que jugáramos
otra vez al juego, pero ella no quería. Hasta que ayer me dijo que lo íbamos a
hacer por última vez y que no volveríamos a jugarlo nunca más.
Esa misma noche me tapé los ojos con las manos, lo mismo
hizo Martha en su casa. Conté hasta 100, al igual que hizo ella y cuando me
destapé los ojos no estaba en el cuerpo de Martha.
Estaba en el cuerpo de Luis, su novio y su amante.
Sin embargo, lo que más me sorprendió fue que Luis estaba en
el cuerpo de Martha.
Pero el juego lo continuamos de la misma forma que siempre,
nos tocamos mutuamente, nos besamos y estuvimos follando como bestias salvajes.
Y seguramente fuéramos bestias salvajes porque hoy nos llamó
por teléfono Martha desde mi casa. Y Luis en el cuerpo de Martha le respondió
que iba a cumplir su promesa de no jugar nunca más al juego del “Yo soy Tú”.
Que le encantaba tener su cuerpo y su vida, pero lo que más le gustaba era como
yo la follaba en su viejo cuerpo.
Le sonreí, acaricié su preciosa cabellera rubia, le toqué
sus pechos y volvimos a follar como bestias salvajes.
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